domingo, 15 de diciembre de 2013

También es amor.

Se sentó en un rincón, con la cabeza entre las piernas, abrazándose a sí misma. Su intención no era llorar allí, pero no pudo controlar el nudo que surgió de su estómago y recorrió su garganta, como una protesta a su intento de ocultar sus sentimientos.
Una a una, las lágrimas fueron cayendo, deslizándose por sus mejillas hasta encontrarse con el precipicio que formaba su mandíbula, ahí caían y se perdían. Se sentía a morir. Con su órgano más preciado malherido. ¿Y cómo pueden dañar los sentimientos un órgano? Pues lo habían hecho, igual que si hubieran abierto su pecho y hubieran estrujado su corazón. Cada grito que él le pegaba, cada palabra hiriente que salía de su boca, fuera intencionada o no, le dolía. Cada discusión, cada pelea tonta, sobre todo sus gestos, las muecas que hacia su rostro, le quería y por eso le dolía tanto cuando la trataba de esa manera.
Tenía claro que eran solo pequeños desacuerdos, palabras dichas sin pararse a pensar, por el cabreo del momento. Ella también le gritaba a él, y al momento se arrepentía. Era algo tan confuso, como la sacaba de quicio, acababa con su paciencia y mataba el autocontrol. Con él perdía los nervios. Un momento antes se comían a besos y al siguiente se estaban gritando.

Por suerte eso no sucedía muy a menudo, supuso que por eso le afectaba tanto cuando pasaba.




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