La estancia
se encontraba en una casi completa oscuridad, exceptuando la débil luz que
emitía la pantalla del ordenador y que reflejaba a duras penas los rasgos de
sus rostros. No podían ver el color de sus ojos, ni siquiera si se paraban a
mirarse detenidamente, pero no les hacía falta verlo, porque lo recordaban tan
nítidamente como si los tuvieran delante. Era algo que hacían constantemente:
mirarse. Incluso recordaban el brillo que emitían, cuando acompañaban una
sonrisa.
Estaban
cerca el uno del el otro, con los hombros pegados, queriendo notar la
proximidad de sus cuerpos. Era algo que les hacía sentir seguros, fuertes,
queridos más que otra cosa. Los dos habían ansiado eso por mucho tiempo, y
ahora lo tenían ahí, tan solo les hacía falta alargar la mano para acariciarlo.
Se
trataba de ver una película, para lo que yacían estirados en la cama con el ordenador
encima de las piernas; una película de amor. Pero ninguno de los dos le prestó
demasiada atención. Se dedicaban a escuchar el sonido de sus besos o la
respiración acelerada. El latido de los corazones o los cortos suspiros. Se
limitaban a sentir las caricias de sus dedos, el tacto suave de la piel, el
sabor salado de sus labios a causa de las palomitas que comían en las pequeñas
pausas.
Cuando
se dieron cuenta se habían perdido más de la mitad de la película no obstante
no se preocuparon, no le dieron la más mínima
importancia. ¿Para qué contemplar una historia de amor ajena teniendo la suya propia?

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