Como
solía hacer entre las cinco y diecisiete, o a veces, i dieciocho, cuatro calles
largas antes de llegar a su casa, Leonela se rebuscó en cada uno de los
bolsillos de aquella amplia chaqueta,- esas eran dos de sus múltiples
carencias; llevar ropa demasiado ancha y perder las cosas- hasta dar con aquel
paquete arrugado que llevaba encima a todos sitios. Ya no se podían apreciar
las palabras: Malboro, en el dorso,
pero de todas formas aun contenía algunos cigarrillos. Para ser exactos, tres
–rotos y magullados- .Se encendió uno –maldiciendo por dentro a la
nicotina- y se lo llevó a la boca a la
vez que se sentaba en un banco solitario– y graffiteado
por alguien llamado Street
- dejando caer la
mochila que había estado cargando todo el peso de la educación –y eso era mucho
peso- en su hombro derecho y sintió un profundo alivió. Se abrazó las piernas,
se colocó un mechón rebelde detrás de la oreja –llena de aros y pendientes- y
observó cómo se consumía el cigarro que tenía entre los dedos índice y corazón.
Tenía
pensado seguir dejando pasar las horas sin más, porque sencillamente no tenía
nada mejor que hacer. En cuanto llegara a su casa, tiraría la mochila al suelo,
se desearía del molesto sujetador, se pondría su pijama cómodo y agujereado, se
dejaría caer en el sofá con un libro y los auriculares -enfundados en las
orejas por un lado y conectados al móvil por el otro-. Leería hasta que se hartase. Entonces cogería
el ordenador y se debatiría entre ver una película o una serie de televisión
británica, o los dos. No importaba, viera lo que viera, la mantendría despierta
hasta altas horas de la madrugada.
Fue
entonces cuando volvió a sentirlo. Era un vacío inmenso, se sentía bacía en
todos los sentidos, pero sin ninguna razón aparente.
-Hey!
Una voz la sacó de repente de sus
cavilaciones. Leonela apartó la vista
del punto muerto al que miraba y la clavó en aquella chica menuda y rubia que
le sonreía.
Una
enorme raya de ojos negra le cubría los
parpados superiores y se había recogido el pelo, al parecer liso, en un moño
justo en medio de la cabeza. Algunos mechones de la parte inferior se escapaban
del recogido y le caían por alrededor.
La
observó hasta que ella volvió hablar.
-¿Tienes
un cigarro?
Leonela
miró el cigarro que sostenía en la mano, se preguntó si tenía suficiente dinero
para comprar más. Se preguntó si tenía algún motivo para regalar a esa
desconocida un cigarro.
Hizo una pequeña pausa y finalmente respondió:
-No.
La
chica asintió sin parecer nada decepcionada y se dio la vuelta dispuesta a
marcharse.
La
mochila negra que llevaba colgada a la espalda, de las dos asas, estaba
agujereada y llena de chapas de grupos, los cuales no estaban muy de moda
ahora.
A
Leonela le pareció una chica extraña sin embargo un momentáneo pensamiento le
cruzó la mente.
-He!-
gritó.
Hacia
bastante tiempo que no compraba cigarros, se había dedicado a robárselos a su
madre, que - quizás como ella- tenía un
serio problema de adicción.
-Toma
-le lanzó el paquete y ella lo cogió al vuelo con unos buenos reflejos.
La
chica sonrió de oreja a oreja, mostrando sus dientes --no del todo alineados pero que se
disimulaban bastante bien-.
Lejos
de coger el cigarro y marcharse, se quitó la mochila y la dejó caer en el
banco, justo después, se sentó. Leonela quiso decirle que aquello no había sido
una invitación, pero se limitó a pensar que ya se iría. Echó la mirada al
frente y pegó otra calada dejando escapar el humo por la nariz.
Pasados
unos minutos, no pudo evitarlo, sus ojos casi sin que Leonela tuviera control
sobre ellos, se posaron en aquella chica. Observó cada detalle de aquel rostro
(cara redonda, nariz respingona, barbilla resultona ,mejillas carnosas, labios
finos) intentado buscar aquella imperfección que poseía todo el mundo, sin
encontrarla.
Si estuviera contemplando una fotografía en
vez de una persona de carne y hueso hubiera dejado escapar un resoplido irónico
y después la frase: Con pothoshop yo
también estoy así de buena. Pero lo cierto era que esa chica estaba ahí, a su
lado y la envidió.
Había
cruzado las piernas y se había acomodado para cuando habló:
-¿Piensas
ir a la manifestación? - le preguntó, como quien no quiere la cosa, como si
Leonela tuviera
idea de que hablaba.
La
miró confusa.
-¿Qué
manifestación?
La
chica sonrió, parecía que le divertía el desconcierto que abarcaba el rostro de
Leonela.
-Esa
que explicaba el profesor mientras tú dormías- se burló mientras dejaba escapar
el humo echando la cabeza hacía atrás.
Leonela
parpadeo aún más desconcertada ante el comentario.
¿Es
que esa chica asistía alguna de sus materias? Intentó rememorar antes de preguntarle pero por más que se
exprimía el cerebro no conseguía recordarla.
-¿Perdona?-
dijo- ¿A qué clase vas conmigo?
La
chica entonces la miró, osciló, supuso que intentando adivinar si le estaba
tomando el pelo. Finalmente se dio cuenta de que hablaba enserio.
-Voy
a tu clase de física y química.
-¿De
veras?-se quedó pensativa.
La
chica abrió la boca con una mueca de estupefacción y diversión que hizo alzarle
las cejas y arrugar la frente.
-Es
cierto! Me siento en la última fila, justo detrás de ti- replicó riendo.
Leonela
frunció tanto las cejas que casi se tocaron.
-Cuando
llego siempre estas dormida. ¿Cómo te duermes tan rápido?- siguió diciendo.
Entonces
todo volvió a cobrar sentido para Leonela, la expresión de su cara se relajó,
ató cabos. Posiblemente aquella chica llegara tarde, cuando Leonela ya se había
acomodado en su asiento y orientado el rostro hacía la ventana.
-No
estoy dormida- se limitó a contestar.
-¿No?
Pues no te mueves en toda la hora.
Se
encogió de hombros. Era una habilidad especial –y excéntrica- que tenía.
Hubo
otra pausa, en la que Leonela se entretuvo absorbiendo lo último que quedaba
del cigarro.
-Por
cierto. Soy Abril- se presentó de repente y entonces se levantó y le dio un
fugaz beso en la mejilla- encantada.
Aquel
gesto le cogió tan desprevenida que el cigarro se quedó suspendido en el aire
entre sus dedos, a unos centímetros de tocar los labios. El olor a vainilla que
desprendía aquella chica alcanzó las fosas nasales de Leonela.
Se
sintió tan incómoda que miraba a todas partes, menos a esa chica, se miró las
uñas y rascó el poco esmalte que aun perduraba.
No
volvieron hablar, hasta que Leonela decidió moverse y se puso de pie.
-Bueno,
yo voy a ir…
-¿Vives
hacía allá?- la interrumpió, señalando con un movimiento de cabeza la dirección
correcta.
-Sí.
-Pues
vamos entonces- y saltó al suelo con aquellas botas negras mal atadas.
Leonela
sacaba unos cuantos centímetros aquella chica, lo justo para ser más alta pero
no parecerlo.
-¿Vives
hacia allá?- preguntó Leonela excéntrica.
-Si,
justo antes de girar la esquina.
Aquella
chica que parecía haber salido de la nada, resulta que vivía a dos porterías de
la suya.
-¿Cómo
no puedo haberte visto nunca antes?- dejó escapar con un tono hosco.
Abril
no hizo más que sonreírle y encogerse de hombros como momentos antes ella había
hecho.
Estuvieron
todo el trayecto en silencio, Abril miraba hacía el frente, Leonela hacía la izquierda -contemplaba los coches
pasar como si aquello fuera una cosa interesante-. Se detuvieron cuando
llegaron a una portería con el numero trescientos plateado en lo alto, con el
último cero torcido.
Se
miraron indecisas. Leonela no encontraba la manera adecuada de despedirse sin
sobrepasarse de confianza o parecer demasiado distante.
Abril
subió el escalón y se quedó allí parada, dándole la espalda a la puerta y
sonriéndole a Leonela. Casi parecía que esperara algo, casi parecía que
esperara un beso de despedida.
Se le hizo incomodo mirarla mientras sus ojos
verdes se movían de ella a sus botas y finalmente no pudo aguantarlo más.
-Adiós-
le dijo alzando la mano , al fin y al cabo acaba de conocerla.
Se
giró con la intención de marchar hacía su casa cuando Abril la llamó de nuevo.
-Espera!
Buscaba
en el bolsillo pequeño de la mochila mientras se hacía a un lado para dejar
pasar a una señora mayor con un carrito vacío. Cuando sacó la mano sujetaba un paquete de
tabaco de la misma marca que el de Leonela. Extrajo un cigarro y se lo lanzó.
Leonela
lo cogió al vuelo, miró el cigarro y luego a la chica con una mueca de
interrogación escrita en la cara.
-¿Tenías
cigarros?
-Siempre
llevo alguno en cima- dijo y se escurrió dentro de la portería.
Leonela,
sin dar crédito a la situación se guardó el cigarro y en el bolsillo y echó
andar.
Era
rara de cojones.