domingo, 15 de diciembre de 2013

Historias.

La estancia se encontraba en una casi completa oscuridad, exceptuando la débil luz que emitía la pantalla del ordenador y que reflejaba a duras penas los rasgos de sus rostros. No podían ver el color de sus ojos, ni siquiera si se paraban a mirarse detenidamente, pero no les hacía falta verlo, porque lo recordaban tan nítidamente como si los tuvieran delante. Era algo que hacían constantemente: mirarse. Incluso recordaban el brillo que emitían, cuando acompañaban una sonrisa.
Estaban cerca el uno del el otro, con los hombros pegados, queriendo notar la proximidad de sus cuerpos. Era algo que les hacía sentir seguros, fuertes, queridos más que otra cosa. Los dos habían ansiado eso por mucho tiempo, y ahora lo tenían ahí, tan solo les hacía falta alargar la mano para acariciarlo.
Se trataba de ver una película, para lo que yacían estirados en la cama con el ordenador encima de las piernas; una película de amor. Pero ninguno de los dos le prestó demasiada atención. Se dedicaban a escuchar el sonido de sus besos o la respiración acelerada. El latido de los corazones o los cortos suspiros. Se limitaban a sentir las caricias de sus dedos, el tacto suave de la piel, el sabor salado de sus labios a causa de las palomitas que comían en las pequeñas pausas.

Cuando se dieron cuenta se habían perdido más de la mitad de la película no obstante no se preocuparon, no le dieron la más mínima  importancia. ¿Para qué contemplar una historia de amor ajena  teniendo la suya propia?



También es amor.

Se sentó en un rincón, con la cabeza entre las piernas, abrazándose a sí misma. Su intención no era llorar allí, pero no pudo controlar el nudo que surgió de su estómago y recorrió su garganta, como una protesta a su intento de ocultar sus sentimientos.
Una a una, las lágrimas fueron cayendo, deslizándose por sus mejillas hasta encontrarse con el precipicio que formaba su mandíbula, ahí caían y se perdían. Se sentía a morir. Con su órgano más preciado malherido. ¿Y cómo pueden dañar los sentimientos un órgano? Pues lo habían hecho, igual que si hubieran abierto su pecho y hubieran estrujado su corazón. Cada grito que él le pegaba, cada palabra hiriente que salía de su boca, fuera intencionada o no, le dolía. Cada discusión, cada pelea tonta, sobre todo sus gestos, las muecas que hacia su rostro, le quería y por eso le dolía tanto cuando la trataba de esa manera.
Tenía claro que eran solo pequeños desacuerdos, palabras dichas sin pararse a pensar, por el cabreo del momento. Ella también le gritaba a él, y al momento se arrepentía. Era algo tan confuso, como la sacaba de quicio, acababa con su paciencia y mataba el autocontrol. Con él perdía los nervios. Un momento antes se comían a besos y al siguiente se estaban gritando.

Por suerte eso no sucedía muy a menudo, supuso que por eso le afectaba tanto cuando pasaba.




Soledad.

Es algo que le aterraba, que le hacía encogerle el pecho, sentir un vació profundo, pero aun así se miró en el espejo. Contempló su imagen, se obligó a ello.
Tenía los ojos pequeños, de un azul grisáceo, y vidriosos. -Era la única parte de su cuerpo que no le desagradaba demasiado- Debajo se dibujaban unas grandes ojeras casi negras que reflejaban el agotamiento que llevaba encima. La nariz era, según ella, de proporciones demasiado grandes para su rostro. Estaba irritada por debajo y por los lados, con algunas pieles sueltas a causa de mocarse constantemente y esto la hacía aún más fea. Las mejillas eran carnosas y así le hacían una cara redonda, con una piel tan pálida, sin una pizca de color que casi podía compararse con la de un cadáver.  Tenía el pelo quemado, largo hasta los hombros, enredado, ahora recogido en una simple coleta mal hecha.
Aun llevaba el pijama puesto, no era un pijama de verdad, era una sencilla camiseta gris, vieja, de tirantes, arrapada a la figura que dejaba ver lo escuálida que estaba y el poco pecho que poseía. El pantalón corto de chándal dejaba a la vista los muslos fofos, sin signos de haberlos ejercitado durante años.
Por más que se esforzó no logró ver algo que le gustara, que le pareciera bello. Odio todo aquello.

 Refrenó el impulso de romper el espejo con su propio puño y ahogó un llanto con la mano, hincándose los dientes  hasta hacerse daño. Las lágrimas se derramaron igual por sus mejillas, el hueco en el pecho se expandió. Estuvo sollozando unos minutos hasta que se pudo controlar, se limpió las gotas de un manotazo, se llenó la cara de cosméticos, como para crear una careta con la que ocultarse, y salió del baño sonriendo.


Os confieso:
Comenzó hace más o menos dos años, cuando repetí curso y mis amigas me abandonaron. Ahora lo pienso y queda tan lejano que es como – bah, no tiene importancia- pero en su momento fue horrible. Yo era una niña feliz hasta aquel momento, nada me había amargado tanto hasta el punto de hundirme, pero aquello lo hizo. Que te abandonen en si ya es horrible, que te abandonen cuatro de las cinco mejores amigas que tenías es lo peor. Recuerdo haber llorado cada noche, de hecho creo que ha sido una de las épocas que más he llorado. No sé si fue a raíz de eso, o la sociedad o el maldito reflejo pero cada día que pasaba hundida me costaba más mirarme al espejo. Llegado a un punto, no me veía a mi si no a algo lleno de defectos. Llegados a un punto nada más mirarme lloraba, era sólo cuestión de segundos. Llegados a un punto no me miraba a los espejos, y eso me hacía llorar a un más porque no poder mirarte es muy triste.
Llegué a odiar la vida, a mí misma, a desear que no me despertara nunca. Y cada día que me levantaba era peor, no conseguía afrontar los días. Prefería estar vomitando en casa que salir de ella.
Así pasaban los días, aunque creo que nadie llegó a saber que me pasaba, mi autoestima estaba por los suelos pisoteada pero aun así conseguí ocultarlo bastante bien. Me limitaba a dejar pasar las horas y sonreír con lo que pudiera. Me sentía tan terriblemente sola… quizás debería haber hablado con alguien pero no lo hice.



sábado, 14 de diciembre de 2013

Se perdió.

Un día se perdió, sin un motivo aparente, sin ninguna razón, dejó de hacer las cosas que normalmente hacía, que debía hacer, que todo el mundo esperaba que hiciera. Dejó de comportarse como le decían, de importarle la gente, las cosas en general. No le encontró sentido a nada de lo que había hecho hasta ahora ¿Por qué se había dedicado a hacer eso que a ella no le agradaba en absoluto? Hasta ahora no se había parado a pensarlo, pero si lo pensaba nada tenía sentido. Así que dejo de moverse, simplemente se dedicaba a dejar pasar las horas sin preocuparse por nada. La gente le pedía las razones que provocaban ese comportamiento tan absurdo a su parecer, pero ella nunca sabía que decir, se encontró en esa situación sin más. A raíz de eso se quedó sola, las personas que habían estado a su lado decidieron apartarse, no llegó a entender muy bien el motivo pero le dolió de una manera tan descomunal que su mundo se volvió un agujero negro del cual no pudo salir. Las cosas que antes había visto con un color vivo se volvieron grisáceas, se destiñeron, dejó de ver sonrisas por todos lados, dejo  de sonreír, de buscar si quiera. Ella, toda ella, se volvió algo inerte, caminaba por caminar, dormía por dormir, comía por comer, respiraba por respirar, porque si por ella hubiera sido, habría dejado de vivir.