sábado, 4 de enero de 2014

Pecas.




El día se daba por terminado. Se apagaba, lenta pero inexorablemente, y ella lo estaba viendo con sus propios ojos, grandes y azulados, sin perderse el más mínimo detalle, casi sin parpadear si quiera. Vio como una a una las farolas se encendieron y alumbraron las calles. Vio como la gente volvía a sus casas, con las compras del día, o el penúltimo cigarro casi acabado entre los dedos. Vio cómo se despedían por hoy de sus seres queridos, quizás su novio, o un hermano, se alegajaban meando la mano en un gesto absurdo pero sonriendo y desaparecían tras el sonido de una puerta.  Vio como las nubes evaporaban, el sol se escondía y un manto negro cubría el cielo y entonces volvió a sentirlo. Era un vacío inmenso, se sentía bacía en todos los sentidos, pero sin ninguna razón aparente.

 No sabía cuánto tiempo llevaba sentada en aquel balcón, con los pies colgando en el abismo y con los calcetines azul marino hasta las rodillas, pero había consumido todos los cigarros del paquete de tabaco, y ella nunca había fumado. Al principio se lo llevó a los labios con un gesto dudoso, tocó aquel material esponjoso y le pareció inocente. Su primera bocanada le hizo toser, le dejó un sabor horrible, demasiado intenso. Su segundo intento fue mejor, sabía que se estaba llenando los pulmones de humo negro, pero no le importo. Al  décimo cigarro siguió odiando su sabor pero eso no le conllevo a dejarlo. Veía desaparecer el humo espeso en el cielo y era como hipnotizante. Adicción era la palabra correcta. 
       
A las diez de la noche, su habitación vibraba al ritmo de Birdy, con la música demasiado alta quizás para la gente, pero a ella aun le parecía que sonaba bajo, bajo para sus oídos, para su mente, para sus labios. Necesitaba escuchar esa canción por encima de cualquier palabra que saliera de su boca. Porque definitivamente, por muy bien que cantara ella, nadie igualaba la voz de esa artista. Y es cierto que hubiera quedado de maravilla un toca discos de donde fluyera la música, pero el hecho es que no tenía dinero para comprar uno, ni ganas para horrar, así que simplemente dejaba que los altavoces de última generación -con demasiados botones como para saber para que servía cada uno- hicieran el trabajo. Un trabajo impecable. Aquella música le hacía temblar el alma,  le hacían sentir aquella voz melodiosa y aguda tan cerca como si le estuvieran susurrando en la oreja. And you say that it's alright, and I know that it’s a lie, from the black in your eyes. Decía y entonces ella lloraba. Dejaba correr las lágrimas tintadas de negro -a causa del rímel que llevaba puesto- por sus mejillas hasta precipitarse por el abismo que formaba su mandíbula. Caían y se perdían así como ella lo estaba. Completamente perdida.


En un  momento dado dejó de balancear los pies. El eje de la tierra dejó de girar. Fue en ese momento cuando acabó la canción y un profundo silenció envolvió la estancia. Un silencio que no debería estar ahí, ella era de las personas que opinaban que una canción debía seguir después de otra, sin pausa, sin algo que las diferenciara. Pero las pausas siempre estaban ahí y entonces lo entendió. Vivía sumida en una absurda monotonía. Su vida era una rutina constante, cada día era una rutina. Como un disco que  suena desde el principio hasta la final, con sus correspondientes pausas, pero que su final no es el verdadero final, porque luego vuelve a repetirse de nuevo. Era tan aburrido que le entraban ganas de suicidarse. ¿Qué estaba haciendo con su vida? ¿Con su día a día? ¿Dónde estaban las cosas que ella quería? Ella tenía que aguantar charlas sobre las x y Alfonso II que no le importaban una mierda, únicamente porque no tenía cosas lo bastante emocionantes como para divagar en las clases aburridas.  No había hecho nunca campana porque no tenía un sitio secreto a donde ir, ni una persona que le acompañara, ni siquiera un perro ni un gato. Nada. Había sentido el poder del amor una vez, y había sido una experiencia espeluznante. Siempre había pensado que las 15 pecas contadas que tenía sobre los pómulos y parte de la nariz alejaba a los chicos, y a las chicas también. La gente normal tiene pecas o no tiene.